Un año en Dublín

Me gusta caminar por Dublín en la noche. Las calles del centro, ofrecen todo tipo de escena que me hace sentir allí presente. No soy yo la que participa de esta vida nocturna, yo solo voy de paso por ahí, pero observo y me siento parte de ello. Me siento parte de los pubs, de la música en vivo y la gente bebiendo Guinness. Así, sin darme cuenta, ha pasado un año desde que llegamos a esta ciudad a vivir. Yo nunca había estado en Irlanda y llegué con mis maletas un septiembre, para quedarme. En un año pueden pasar muchas cosas, el tiempo pasa y todo cambia. Dublín es para mí, la cuidad del amor. Aquí, Bear y yo vivimos en una habitación pequeña en una casa linda de un barrio fino. En Pembroke Road, todo estaba limpio y tranquilo. Pero nos fuimos. Nos mudamos al sitio que ahora llamamos casa. D08 no es limpio ni tranquilo, pero Dublín es así, una ciudad de contrastes. Como el norte y el sur que los divide el río Liffey.  La vista desde nuestra ventana es la catedral de San Patricio. Todos los días, veo grupos de turistas ir y venir para visitar la catedral. El sol de la mañana, cuando sale, ilumina el jardín y el plateado de la catedral crea una luz especial. La gente va al jardín a leer, a conversar  o pasear a sus perritos. Nuestra casita es pequeña y pacífica aunque las campanadas de la catedral me vuelvan loca los domingos por la mañana y entrar al edificio a veces sea un poco miedoso por la gente que se droga en la puerta. 

Hay tantas cosas que quiero recordar de esta ciudad. Como cuando caminamos al faro de Sandymount y empezó a llover tan fuerte que nos mojamos completamente. Ese día lloré porque no soporté el frío y Bear se burló de mí. La primera Guinness que nos tomamos en Searsons, el primer paseo por el parque de St Stephen Green para luego ir a comprar un duvet al Dunnes. Grafton Street y sus artistas callejeros. Los paseos por el canal para ir trabajar, donde la gente iba tan deprisa que pensaba que un día terminaría en el agua. La pizza de Bambinos o mejor, la pizza de Ritas. La playa y la montaña. Los intentos de volverme buena subiendo cuestas, como el día que subí una montaña en Glendalough con Sandra y al bajar sentí un hambre voraz. Las mañanas de verano que pasamos en la playa de Killiney. Cómo de manera inesperada terminamos en un concierto de vallenato al otro lado del río. Cuando pasaba por Grogans para ver a Bear poniendo pintas. Mi primer St Patrick day rodeada de mexicanos y brasileños. El café de 3fe, el Matcha de One Kinda Folk.  La emoción de Bear cuando se subió al Luas por primera vez. La spice bag de Xian’s. El paseo con sol de Brey a Greystones. Cuando fuimos a Howth y terminamos en un pub comiendo fish and chips.  Podría seguir recapitulando, mencionar cada lugar, cada calle, cada recuerdo. Lo que realmente quiero decir es que me siento afortunada, porque una vez más he conseguido construir un hogar en un lugar totalmente ajeno a mí. Cuando me vaya de aquí, siempre podré regresar y decir, yo viví aquí y fui feliz. 

Dublín en un año y todos estos recuerdos, es ver mi vida como una película. A veces no puedo creer todo lo que ha pasado en estos últimos años, pero se siente así, como una película, cada vez que intento mirar todo desde afuera. El tiempo vuela. Quiero oponerme a esa sensación, quiero vivir cada instante como si fuese eterno, pero la realidad es que cada día pasa más rápido que el anterior. No sé qué tiene la vida ahora, pero la velocidad del tiempo ha cambiado. Siempre recuerdo la sensación lenta de los días cuando vivía en Cali. Nunca volví a sentir eso. Ahora la vida tiene un acelerador, vamos rápido, intentando vivir al máximo. Será Dublín, la ciudad o la gente que está segura que las oportunidades están en sitios como este. Espero volver a sentirme como me sentía en Cali, cuando los días eran eternos.

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