Tengo 29 años y sólo en este momento de mi vida he empezado a reflexionar en profundidad sobre la maternidad. Sólo ahora puedo mirar hacia atrás y entender cómo mis sentimientos sobre la maternidad han evolucionado a lo largo de mi vida.
Crecí en una familia donde la única niña era yo. No tenía primos ni primas más pequeños, tampoco nadie en mi familia tuvo un bebé. Mi mamá vivió en otro país durante la mayor parte de mi infancia. Yo crecí con mi papá, mi tío y mi abuelita. Mi abuelita fue la primera imagen de madre para mí. Mi mamá estaba presente en mi vida, a través del teléfono, a través de las fotos y de algún recuerdo en mi memoria. Mi abuela era quien estaba en mi vida día a día, cuidándome y enseñándome todo. Mi abuelita fue madre soltera de cinco hijos. Mujer luchadora que tuvo que trabajar duro durante toda su vida para darle sustento a sus hijos.
Tengo un recuerdo latente en mi memoria, no sé muy bien cuántos años tendría, 6 o 7 tal vez. La vecina de enfrente tuvo un bebé, recuerdo la habitación donde estaba la cuna y vagamente recuerdo a la bebé que estaba dentro de la cuna. Pero me acuerdo muy bien de ella, de la mamá, diciéndome que era la única persona que cuando veía a la bebé no me paraba a mirarla y a decir lo bonita y tierna que era. ‘¿Acaso no te gustan los bebés?’ Después de que me dijera eso, me sentí tan mal que empecé a hacerle mimitos a la bebé. Y se me quedó grabado para siempre en mis recuerdos, será eso, será que no me gustan los bebés.
Seguramente no fue específicamente ese momento en mi niñez el que mató mi instinto maternal, pero sí crecí con una sensación de rechazo hacia los bebés y los niños en general. No me gustaban, no entendía porque a la mayoría de la gente le conmovía tanto ver a un bebé. Sólo sentí emoción cuando mi tío tuvo a su primera hija, Adela. Yo tendría unos 14 o 15 años, y tal vez fue la primera bebé que me causó ese sentimiento de ternura.
Ese rechazo a los niños, se intensificó mucho más cuando estaba en mis 20’s y descubrí el feminismo. No es que el feminismo me haya hecho odiar la maternidad, en absoluto. Pero sí me hizo comprender la complejidad de la misma, cómo en realidad muchas veces está impuesta a una mujer simplemente por el hecho de serlo y cómo puede afectar su vida profundamente si en realidad no es voluntaria. El feminismo también me hizo comprender que es la madre quien realiza la mayoría de las labores domésticas, es la madre quien tiene el doble de responsabilidad, además de la desigualdad abismal a la que están expuestas las mujeres. Me llené de rabia, de impotencia y me resultó bastante fácil y obvio declarar con toda gana: yo nunca voy a tener hijos.
Además del feminismo, hay varias cosas que también influyeron en mi decisión de no tener hijos. La más grande de ellas fue el miedo. Tal vez el feminismo fue tan solo un escudo para no reconocer que no quería ser mamá porque para mí representa uno de los miedos más grandes de mi vida. Estar a cargo de otro ser humano, no sólo económicamente sino, y más importante aún, emocional y psicológicamente. ¿Y si no soy capaz?
La maternidad en mi familia siempre ha sido representada por la lucha. Por eso mi mamá se fue a vivir a otro país, para poder brindarme una mejor vida. Su decisión de emigrar estuvo basada en gran parte en su deber como madre. Mis hermanas mayores también son madres. Ambas fueron madres jóvenes y es tal vez por ellas, aunque no me sienta bien de decirlo, que mi miedo de ser madre se hizo aún más grande. Sobre todo por mi hermana mayor, porque tiene tres hijas.
Mis hermanas y yo siempre hemos vivido separadas, quizás por ello la idea que tengo de sus vidas puede que no sea necesariamente la correcta y sólo una impresión. La vida de mis hermanas ha sido marcada por la maternidad y siempre las he visto luchar y luchar y luchar para sacar a flote a sus hijos. Es admirable, pero ante mis ojos es algo que nunca quise hacer porque lo veía como una obligación que no tiene fin y te roba los mejores años de tu vida.
Cuando tuve mi primer novio y mi mamá intuyó que mi vida sexual podría empezar, lo primero que me dijo es que si me atrevía a tener relaciones sexuales, lo más seguro es que iba a quedar embarazada y que mi novio me iba a dejar tirada. No culpo a mi mamá por la educación sexual que no me dio, vivíamos en un país donde la educación sexual es un tema tabú, donde ella misma fue madre a los 15 años y lo que menos quería en el mundo es que me pasara lo mismo a mí. En el colegio tampoco me hablaron nunca sobre ello porque estudiaba en un colegio católico, de monjas, y hablar de sexo y metodos anticoncpetivos era pecado. Esa era y aún es realidad de Colombia, dónde sólo ayer 21 de febrero del 2022 el aborto fue legalizado sin condiciones. Y aunque es un triunfo para las mujeres, son muchas, muchísimas las personas que aún piensan que el aborto es una aberración y no un derecho sobre los cuerpos de las mujeres. Aún cuando la tasa de embarazo adolescente en colombia es alarmante, sobre todo entre aquellas con menos recursos.
Una parte de mi siempre se sintió muy bien por no ser madre joven. Mi vida ha sido tranquila, todo lo que he podido conseguir con mi trabajo ha sido para mi propio goce y disfrute. No ser responsable por nadie más es un alivio y si me comparaba con mis hermanas, siempre elegiría mi estilo de vida por encima del de ellas. Son pensamientos de los que no me siento orgullosa, ahora puedo reconocer que es verdad que mi vida hasta ahora ha sido maravillosa y me hace feliz todo lo que he vivido, pero que la maternidad de mis hermanas, no la comprendía porque no me interesaba comprenderla. Me excusaba en la idea de que mi vida es mejor porque puedo viajar, mi dinero y mi tiempo son sólo míos, para no enfrentar que la idea de no ser el centro de mi vida me aterrorizaba. Aún me aterroriza.
Todo este miedo también viene de adentro, de mí misma. Me he llegado a sentir de tantas formas, incapaz de ser madre. No tengo instinto maternal, no soy capaz de asumir ese compromiso tan grande, acaso con quién voy a tener un hijo y construir una familia, mi cuerpo nunca volverá a ser el mismo y un largo etcétera que jamás me dejaría encontrar siquiera un solo aspecto positivo o emocionante de ser madre.
Ahora que estoy a punto de cumplir 30 años, puedo enfrentarme con mis pensamientos y sobre todo con mis miedos acerca de la maternidad. Estoy en un momento de mi vida donde me siento capaz de afrontar esos miedos y de darle la vuelta a mis pensamientos negativos sobre algún día convertirme en madre. Conocer a una persona con la que me imagino una vida, un hombre que sé que es un buen padre, me genera la esperanza de tener una familia y es algo que no puedo negar que me emociona. Traer otro ser al mundo para que viva en medio de una familia disfuncional es algo que no quiero hacer, el mundo en sí ya es un lugar horrible.
Honestamente, sigo sintiendo que no estoy preparada para ser madre y que me muero de miedo de sólo pensar en que fracasaría. Pero creo también que nadie realmente está nunca del todo preparado para asumir semejante reto y que sólo se aprende durante el camino. Muchos de mis miedos e ideas preconcebidas sobre la maternidad se mantienen, pero hoy, al menos, no rechazo la idea con tanto ímpetu como lo hice en el pasado. Sólo tengo una cosa clara, el control sobre mi cuerpo lo tengo yo y nadie, nunca, decidirá por mí. Teniendo en cuenta esto, si algún día me convierto en madre es porque fue mi decisión, porque la maternidad será deseada o no será.